Un mercado que subsiste a muertes
Muchísimas personas
son víctimas de delitos a diario en la Argentina. Muchos niños, hombres y
mujeres incluso pierden sus vidas envueltos en el clima que se siente. La
sociedad en general ha aceptado y aprendido a tomar los recaudos a su alcance
para no terminar como aquellos que los medios exhiben frecuentemente, caídos en
el campo de batalla del asfalto porteño o los caminos del conurbano.
Conocidos,
vecinos, amigos han llorado por causa de algún delincuente que los sorprendió
en la vida, pero no todos los casos trascienden y se vuelven hitos populares.
¿Por qué algunas historias se insertan en la piel de la sociedad gracias a su
difusión y otros quedan en el anonimato?
Melina es parte del primer grupo, solo basta decir su nombre de pila
para saber de qué se está hablando.
La tragedia de esa
jovencita que dejo su vida en la salida de un boliche, su búsqueda intensa, la
incógnita de su paradero y su historia antes de lo sucedido, se propago durante
semanas y aun la transcurrencia de la identificación de sus asesinos se
advierte en la tv o en la radio. Llama la atención, provoca polémica, gana
espectadores y pantallas encendidas.
Morbo,
angustia, asociación o intriga. El caso Melina sumó un ejército de voces que la
juzgaron a ella, a su familia, a su forma de vivir e incluso a su condición
económica. El multimedio con mayor fuerza, el diario Clarín, llegó a
catalogarla por asistir a los boliches bailables como “la jovencita que dejo la
escuela para ir a bailar en las noches”,
y generó una enorme cantidad de críticas que no tardaron de llegar a las
redes sociales.
Una
adolescente asesinada que dejo de ser víctima de quienes la mataron para ser la
de quienes mantiene informado al país. Por ser joven, humilde y no estudiar, se
pareció leer entre líneas que fue ella misma la culpable de acabar con su
propia vida. La carga de una sociedad sobre una espalda que ya nada puede
soportar, que se ha ido. Una memoria que
se pudo ensuciar.
Dudas
en torno a la familia, a sus amistades. El surgimiento de la figura de un pai
humbanda, las cosas oscuras. Mentes siniestras generalizadas en cada argentino
que no castiga a quien causa daño sino a quien lo sufre por no haberlo
advertido, no haberlo evitado. Y entre todo el misterio de los días que corrían
sin Melina, el silencio de una madre que tardo en denunciar su
desaparición y aumentó ese murmullo
mediático que juzgaba a su hija desaparecida.
Pasa
el tiempo y la reputación de Melina se hace aun más difícil de sostener.
Sospechosos de su misma edad encarcelados que se declararon culpables tras
supuestas golpizas policiales; fiestas de exceso, rituales religiosos, una
cotidianeidad de una chica rebelde y liberada. La difusión de la carta de sus
profesores trató de apaciguar esa tormenta que giraba en torno al caso pero muy
poco se logró.
Una
sociedad que tiene impregnado el olor a
inseguridad, a sangre derramada, que ya no se sorprende por nada. Los medios
que alteran, exageran y afirman las supuestas posibilidades convierten el caso
en una instancia de conocimiento público. Los diarios, día por medio, le
dedican algunas líneas para no perder a ese lector que el asesinato de la joven
les dejó.
¿Cuántas denuncias
hay en missing children o en las asociaciones de búsqueda de personas? ¿Por qué
no conocemos a todas? ¿Quienes nos
cuentan a quien le paso y quien queda en el silencio de su propio velatorio, de
su secuestro?
Ángeles también es
uno de esos personajes que se volvieron minutos de la charla de bar en su momento. Se llevó al
supuesto asesino, el portero del edificio donde la víctima vivía, junto con su
familia a un canal de televisión, a punto que se convirtió en un icono mediático.
Se transformó en chistes y cargadas en las redes sociales, tan macabras que
hacían referencia a la forma en que se encontró su cadáver.
También resuena aun
el nombre Candela. Hay Algo en común en
los casos. Las tres niñas, las tres envueltas en una trama mediatizada y
aun llena de dudas. Las tres familias
juzgadas públicamente, sospechadas e interrogadas casi como los mismísimos
culpables. Las tres convertidas en historias de misterio para adherir personas que sigan sus
casos, que los consuman. Tres muertes convertidas en productos de mercado
Antonela Musca
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